A medida que nos íbamos acercando a La Rioja las viñas estaban cada vez más presentes en nuestro paisaje y el Camino se hacía más agradable, menos árido. Pero a pesar de eso, la etapa entre Villatuerta y Los Arcos es rompedora. La habíamos organizado así para poder descansar casi todo el día en Logroño y esto nos obligó a dejar para la tarde casi la mitad de la etapa. Parecía que no llegaríamos nunca a Los Arcos.
Nos marchamos de Villatuerta con la sensación de tener que volver para disfrutar de la Casa Mágica. Salimos temprano porque teníamos casi 25 kilómetros por delante y la mitad de ellos había que andarlos después de comer, ya que entre Villamayor de Monjardín hasta Los Arcos no hay nada, ni siquiera una aldea donde merendar. Así que vamos obligados.
Al cabo de una horita de salir de Villatuerta llegamos a la calle Curtidores, que es cómo se llama el Camino a la entrada de Estella. Un poco más adelante nos encontramos delante de la Iglesia del Santo Sepulcro, con una portalada esculpida fantástica, y unos escalones perfectos para sentarnos a descansar, y a desayunar.

En este tramo del Camino hay bastante gente de la zona andando de buena mañana. Mientras descansábamos, unas señoras que caminaban y charlaban animadamente nos preguntaron desde dónde veníamos y hasta dónde íbamos, ya que la mayoría de gente hace trayectos de una semana o 10 días, sobre todo cuando caminan con niños.
Al responder que veníamos de Roncesvalles y que íbamos a Santiago… se quedaron de piedra!! Recuerdo que me emocioné al ver su cara de sorpresa. Para animarnos nos dijeron que lo peor del día ya lo habíamos pasado y que hasta llegar a Los Arcos, todo era bajada. Ahora se que nos querían animar. Porque a pesar de la esperanza de aquella bajada prometida, la etapa se nos hizo larguíííísima.
Cruzar Estella nos llevó casi una hora. Y eso que no paramos a visitar nada. Tan solo alguna foto a los edificios románicos de la Rúa, la calle principal y una parada en una farmacia de las afueras para comprar apósitos para mis ampollas. Fueron los últimos que compramos. Desde ahí, el siguiente destino era la famosa Fuente del Vino del Monasterio de Irache.

Una paradita a la sombra para beber agua fresca, que nos apetecía incluso más que el vino y seguimos hacia nuestro ya tradicional descanso de la coca-cola, que nos servía para recuperar fuerzas y azúcares y para poner un nuevo sello en la credencial. Entre Ázqueta y Villamayor de Monjardín hay escasamente 3 kilómetros. El campanario de Villamayor fue apareciendo detrás de una pequeña colina. Uno se da cuenta también haciendo el Camino de la utilidad en la Edad Media de la altura del campanario. El hecho de que fuera el punto más alto del pueblo ayudaba a recuperar fuerzas y esperanzas a los caminantes que veian como poco a poco el punto de destino estaba cada vez más cerca.

Así pues llegamos bastante recuperados y animados al pueblo donde queríamos comer, Villamayor. Junto al frontón encontramos el Albergue de peregrinos, así que nos pusimos las chanclas y nos sentamos a devorar un nuevo menú del peregrino. Esta vez variedad para todos: sopa de pescado, menestra, ensalada y ensaladilla, y pollo y trucha de segundo. Bastante animados, porque además comimos rápido, nos colocamos de nuevo las botas con intención de emprender la mitad de etapa que aún nos quedaba.
Lo malo fue que nada más salir del albergue, nos perdimos. Villamayor, por llevarle la contraria a su nombre, es un pueblo bastante pequeño, pero la flecha que indica el Camino estaba en lo alto de una farola, y no la vimos. Las 3 de la tarde, un sol abrasador y, lógicamente, nadie en la calle. Y nosotros buscando el camino. Menos mal que a Jordi aún le quedaba humor y lo encontró.
Cuando pudimos reiniciar la marcha, el paisaje árido de los días anteriores reapareció. Según la guía Eroski a mitad de camino íbamos a encontrar una camioneta móvil con bebidas frescas y frutas, así que ese era nuestro objetivo de parada para la tarde. Aún recuerdo la cara de los niños viendo al final de cada curva como la camioneta aún no aparecía. Caminábamos muy despacio por culpa de mis ampollas, así que cuando finalmente encontramos el camión, el señor ya estaba recogiendo, pero aún estuvimos a tiempo de tomar un refresco y recuperarnos un poco.
Pero la aventura del día no acabó ahí. El cielo se iba cubriendo cada vez más y Los Arcos no se veía por ninguna parte. Las nubes negras de tormenta estaban cada vez más cerca y los truenos sonaban cada vez más fuerte. Es entonces cuando te viene a la cabeza aquella historia de las abuelas que decían que no te acercaras a un árbol en caso de tormenta. ¿Qué significa acercarse? ¿cuál es la distancia? Porque la senda por la que íbamos no estaba demasiado lejos del bosque. Ese fue otro de los momentos «donde c…. nos hemos metido!!»
Porque de momentos en el Camino los hay de muchos tipos y las emociones que vas viviendo no siempre son tan positivas como la gente las explica.

De repente empezó a llover. El calor había aflojado y al estar tan lejos del mar, con humedad cero, se estaba superbien. Pero llovía a saco. Párate, saca el chubasquero y la funda de la mochila, colócalo todo y hazlo rápido. Conseguido, todo colocado en tiempo récord. ¿5 minutos? Y no te pares. Porque no hay sitio donde refugiarse. Y si lo hubiera, peor, porque serían árboles. Así que no tocó más remedio que seguir caminando bajo la lluvia, durante 5 minutos más. Porque poco después paró de llover, escampó y volvió a salir el sol. Y eso fue lo que duró la tormenta. Cinco minutos mojándonos para taparnos y cinco minutos mojándonos tapados. Una lección más de como relativizar las cosas.
Poco después llegamos a Los Arcos. Igual que os decía que si podíamos repetiríamos en Casa Mágica, también os digo que al albergue donde estuvimos en Los Arcos no volveremos. Llamadme «tiquismiquis» pero mi capacidad de aventura tiene límite. No necesito un albergue de lujo, pero pasados los 45 necesito, al menos, algo de limpieza. Igual hace 20 años me hubiese parecido genial, pero como decía Serrat, ya hace más de 20 años que tengo 20 años.
Además, necesitábamos hacer la colada. Eran poco más de las 5 pero nos dijeron que era demasiado tarde para usar la secadora. Así que había que tender la ropa en el patio donde ya no quedaba sitio. De acuerdo que el albergue estaba lleno porque era el más barato y que habíamos llegado los últimos, pero es que no quedaban ni pinzas de la ropa.
Eso sí, tuvimos una habitación para los cuatro. Descansamos un rato y salimos a cenar a la plaza del pueblo. Antes recogimos la ropa, aún empapada y la repartimos por la habitación para evitar que al menos se volviese a mojar. Porque las nubes habían regresado.
Los Arcos se llama así por el pórtico que preside la iglesia, enorme, en mitad del pueblo, que por cierto, no es tan grande como se podría imaginar. Una hamburguesa con patatas, opción también del menú del peregrino, nos sirvió de cena rapidita, porque la lluvia estaba a punto de volver a caer. Y también rapidito, todos menos yo que cada vez cojeaba más, volvimos al albergue. Después de toda la noche lloviendo y tronando, al día siguiente nos marchamos convertidos en tendederos andantes. Otra imagen idílica de los peregrinos.