Entrando en La Rioja

Viana – Logroño

Hacía ocho días que habíamos salido de Roncesvalles y estábamos llegando a Logroño. La etapa que habíamos previsto para celebrar nuestra primera semana de Camino era cortita. Escasamente 10 kilómetros son los que separan a Viana, aún en Navarra, de Logroño, ya en La Rioja. Se trataba de celebrarlo también ...

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Hacía ocho días que habíamos salido de Roncesvalles y estábamos llegando a Logroño. La etapa que habíamos previsto para celebrar nuestra primera semana de Camino era cortita. Escasamente 10 kilómetros son los que separan a Viana, aún en Navarra, de Logroño, ya en La Rioja. Se trataba de celebrarlo también con una buena película y una hamburguesa. En definitiva, con un poco de vida urbana.

Pero a pesar de las buenas expectativas del día, yo temblaba solo de pensar en ponerme las botas. Y mis pies aún temblaban más. Apuramos hasta el último momento y cuando estaba atándome los cordones le dije a una chica en el albergue lo que me pasaba. Ojalá se lo hubiese explicado el día antes al llegar. O incluso la noche antes, aún en la Casa Mágica.

Le conté que mis ampollas habían aparecido en Puente la Reina y que había resistido más o menos bien hasta Villatuerta, pero que el día anterior el dolor se había hecho insoportable y que había terminado por reventarlas. Pero después del alivio inicial, el dolor había sido aún más fuerte. Y me dijo: «Claro, es normal. Se te ha vuelto a hacer el líquido dentro».

«¿Perdona?», pensé yo. «¿Cómo que claro? Y como hago, ¿dejo de andar?». Ella respondió: «No, no tienes que dejar de andar. Lo que pasa es que al pinchar la ampolla, el líquido ha salido por un poro, pero éste se  ha cerrado y por eso se te ha vuelto a hacer».

No se si hago bien en explicar esto pero he de decir que para mí, fue un punto de inflexión. No era con una aguja normal que había que pinchar la ampolla, sino con una aguja de coser hilvanada. El hilo de algodón, tenía que entrar y salir de la ampolla. Así quedaban abiertos dos poros y el mismo movimiento al andar hacía que la presión hiciese ir saliendo el líquido. El pinchar la ampolla en realidad no es doloroso, porque es una especie de piel muerta, insensible. Por lo tanto, con muchísimo cuidado de no tocar la piel de debajo (que es la que duele muuuuuucho), iba haciendo pequeños pinchazos para hacer salir el agua y cuando ya estaba casi vacía o el máximo posible, deshilvanaba la aguja y dejaba el hilo atadito para que fuera haciendo su trabajo durante el día.

Tener la explicación, aunque no pudiera todavía aplicarla al 100% me dio muchos ánimos. Antes de salir del albergue, con una aguja y un hilo de color gris utilicé por primera vez esta solución. Y nos fuimos de Viana hacia Logroño pensando en volver también, con más tiempo, a visitar la ciudad con calma, ya que tiene muchas cosas interesantes que ver.

Primer cambio de Comunidad: Llegamos a La Rioja

Primer cambio de comunidad, entramos en La Rioja

La distancia entre Viana y Logroño es muy corta. Poco después de dejar Viana ya se ve la capital de La Rioja, que queda como metida en una cuenca. Poco después nos encontramos con una pareja de franciscanos, organizados con una mesita de camping que nos daban la bienvenida y nos animaban a continuar. Falta me hacían a mi sus ánimos, así que bienvenidos fueron.

Poco a poco nos íbamos acercando a la ciudad, cosa que veíamos y sentíamos por la proximidad de las autovías y de los polígonos industriales que la rodean. Menos mal que las viñas estaban omnipresentes compensando el asfalto y los edificios.

Por fin llegamos a la orilla del Ebro, que bajaba inmenso. Siguiendo siempre las flechas amarillas llegamos al extremo del Puente de Piedra. El actual es del siglo XIX, pero la tradición explica que ya San Juan de Ortega habría construido uno en el XII e incluso hay documentos del siglo XI que hablan también de un puente en este punto. Es tan famoso que hasta aparece en el escudo de la ciudad.

Puente de Piedra, a la entrada de Logroño (foto: https://blog.segurosrga.es)

Justo en el inicio del puente se encuentra un pequeño punto de información que nos permitió refugiarnos a la sombra. Pedimos un plano y sellamos nuestra credencial de peregrino y así ya, algo recuperados, nos fuimos hacia el albergue.

El albergue que elegimos en Logroño estaba en el centro mismo de la ciudad. Al lado mismo de la catedral y en plena ruta del tapeo. Alguien, no recuerdo quién, nos contó que era bastante ruidoso los fines de semana, pero como nosotros llegamos un miércoles, nos resultó de fábula. Albergue (Hotel) Entresueños se llama. Llegamos muy temprano y no había casi nadie. Así que, aunque no tuviéramos el baño en la habitación, nos pudimos mover casi casi como estuviésemos en casa. Y eso que el edificio tiene pinta de ser un antiguo hotel de aire noucentista y es enorme.  Lo dicho, una ducha y un poquito de conexión con el móvil y Jordi y los niños se marcharon en busca de la oficina de Correos para enviar un nuevo paquete de ropa a casa. Después de una semana habíamos aprendido a andar (y a vivir) con menos cosas imprescindibles en la mochila.

Yo me quedé en la habitación, curándome y llorándome las ampollas mientras decidía que si los niños podían seguir yo también podría.

Adelante

Así que, a la hora de comer me fui a buscarlos y después de comer tomamos un autobús que nos llevó al centro comercial más grande de las afueras de Logroño, el Berceo centro comercial. No sé yo si al hijo más famoso de Berceo, don Gonzalo, le hubiera gustado mucho la idea de tener un shopping center con su nombre, pero lo cierto es que los críos se lo pasaron genial. Helado, palomitas de maíz y película, en un cine con aire acondicionado y en el que estábamos casi solos. Vamos, una buena dosis de vida cosmopolita después de varios días de campo y más campo por todas partes.

Antes de volver al albergue pasamos por el supermercado. En esta ocasión, además del desayuno del día siguiente compramos agujas de coser y una bovina de hilo blanco y también la cena. Y allí, en mitad de Logroño, en plena zona de tapeo, hicimos una cena a la catalana en toda regla: pan con tomate, embutido, queso y fuet.

Y nos fuimos a dormir, porque al día siguiente seguíamos hacia Santiago.

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