Igual estas planeando en visitar Barcelona o alguna otra ciudad catalana durante las próximas fiestas navideñas. A priori puedes pensar que la manera de celebrar la Navidad en Cataluña es la misma que en el resto de España o incluso que en la mayor parte de países europeos.
Y así sería, si no fuese por algunas tradiciones que están muy presentes, ya no solo en las casas sino también en las calles de muchas pueblos y ciudades catalanas. Hoy os queremos hablar de una que ya por su propio nombre impresiona. Y mucho.
Fer cagar el tió
Si después de hacer una traducción mental de este título te has asustado y te has ido a buscar el traductor de google, quizás pierdas la esencia de esta tradición. Aquí llamamos a las cosas por su nombre, y lo de ir al lavabo cuando no tienes pis, lo llamamos como seguro que ya has comprendido.
Otra cosa es saber quién (o qué) es ese tió, porque si te has fijado bien, la tilde hace que no hablemos de un tío (entendido como un alguien cualquiera, ni como un tío familiar), sino de un TIÓ.
Quién, o qué, es el tió
En primer lugar hay que precisar que el TIÓ es un qué, no un quién. No es nadie. Es una cosa. Pero una cosa especial, una cosa MÁGICA. El tió es un tronco.
En las culturas paganas del norte de Europa ya desde tiempos ancestrales se solía quemar un tronco en el hogar para celebrar así el solsticio de invierno. La luz producida por el fuego y el ruido del crujir de las cortezas quemadas servían para alejar la oscuridad. El tronco debía arder durante 3 días, y así conseguía su objetivo: a partir del día de Navidad, el día comenzaba a crecer y a irle ganando minutos a la noche. A la vez, ese fuego invernal alrededor del cual se reunía la familia, o incluso toda la comunidad, servía para mantener el grupo unido y para protegerlo de cualquier elemento extraño que pudiese amenazarle. Una vez consumido el tronco, sus cenizas se esparcían por los campos e incluso por las casas y las camas, invocando de esa forma la fertilidad, de la tierra y también de los animales y las personas.
Estas tradiciones, adoptadas por el Cristianismo, fueron evolucionando poco a poco hasta llegar a nuestros días. Donde más se mantuvieron fueron en las zonas rurales. Pero a finales del siglo XIX se produjeron muchas migraciones de familias desde el campo a la ciudad y con ellas, se desplazaron también las costumbres. Pero en la ciudad había menos chimeneas y más estufas, así que el tronco quemado se fue transformando en un dulce, un postre cubierto de chocolate que en muchos lugares forma parte de la tradición gastronómica de la Navidad.
Sin embargo, nosotros lo adaptamos de otra manera.
La veneración que existía por aquellos troncos hizo que en algunos lugares se les llegase a ofrecer alimentos y vino, con el consiguiente escándalo que esto producía entre los eclesiásticos. Y es de esa costumbre de ofrecer alimentos al tronco que procede nuestra tradición.
En quién se convierte el TIÓ.
El TIÓ, convertido en un protagonista de las casas catalanas en estas fiestas navideñas, suele estar presente en muchos comedores y salas de estar desde los primeros días de diciembre. Se trata de un tronco, al que se le ha decorado la cara con unos ojos enormes, vivaces y divertidos, una nariz y una gran boca. Es muy probable que lleve barretina, la famosa gorra de los campesinos catalanes que el pintor Salvador Dalí inmortalizó convirtiéndola en parte de su vestimenta habitual. Puesto que estamos en invierno, y mientras el cambio climático lo permita, se le tapa con una manta para que no coja frío.

Y desde ese día, los niños de la casa, y quizás los no tan niños también, se encargan de darle de comer. Los gustos del TIÓ de cada casa son distintos. Algunos comen pieles de mandarina, aunque estos son los menos. Otros la propia mandarina. También los hay que comen galletas, o almendras, olivas… yo he visto a algunos que hacían desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, trozos de fuet (el salchichón que más nos gusta por aquí).
Y si come…
Exacto, si come, se supone que digiere, que se queda con lo bueno de lo que ha comido, y… que tiene que deshacerse del resto. O sea, que tiene que cagar.
Ahora bien, el cómo y cuándo lo haga depende mucho de las costumbres de cada familia. Y de lo que haya comido. Si lo que ha comido es, digamos, ligero, el resultado también lo será. Algunos de estos troncos mágicos se pasan días y días cagando pequeños caramelos, dulces o chucherías que hacen que los peques les atiborren de pieles de mandarina o cosas similares a cada momento.
Para aquellos que han hecho una dieta más copiosa, lógicamente, el resultado también deberá serlo.
El momento de «fer cagar el tió» se acerca
No será el tronco quien decida el momento, no. Un acto tan mágico como ese no puede suceder en un momento cualquiera, sino que requiere de una gran preparación. En la mayoría de casas, este acto tan mágico tiene lugar en la noche del 24 de diciembre o el mismo día de Navidad, con toda la familia contemplando la situación. Recordando aquellas reuniones alrededor del tronco que quemaba invocando la buena suerte para el año siguiente.

La edad ideal para que esta tradición tenga su sentido es, según mi experiencia, entre los 3 y los 8 años de los niños de la familia. Porque para que el TIÓ cague, como tiene que cagar, hay que cantarle una canción al tiempo que se le aporrea con un palo. Yo recuerdo la cara de mi hijo, al que le repetíamos cada día que no había que pegar a nadie, cuando vio el palo que su padre le dio para que le diera porrazos al pobre tió, al que había alimentado durante semanas, con enormes trozos de fuet.
Pero un año después entendió que después de los porrazos y ya sin la manta que le cubría, el tió había cagado un montón de regalos, y al año siguiente, había que pararlo ya a las 10’00 de la mañana del día en cuestión porque quería empezar a repartir golpes.
Luego pasaron los años y a partir de un cierto momento, la magia comenzó a dejar paso a los interrogantes. ¿Cómo era posible que un par o tres trozos de comida se metabolizaran de aquella forma tan productiva?. Pero la magia continuó y las preguntas cesaron. Y año tras año, la tradición se repite y la magia de estos días vuelve de nuevo.
En un par de días colocamos el tió en la puerta de la cocina, y seguro que va engordando poco a poco.
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