Los bombardeos sufridos en Barcelona durante la Guerra Civil dejaron en muy mal estado la Plaza de la Villa de Madrid. En 1954, mientras se hacían las obras de recuperación del espacio, se hallaron los restos de unas 85 tumbas de época romana de los siglos I y II dC. Pertenecían a miembros de las clases medias y bajas residentes en Barcino; las había, incluso, de esclavos y de libertos.
Los difuntos y los viajes
Los sepulcros se encontraron dispuestos en dos hileras a lo largo de un camino que pasaba por el medio.
A los romanos les gustaba pensar que una vez muertos continuaban en contacto con el mundo de los vivos. Colocando las tumbas en los bordes de los caminos de entrada y salida de la ciudad, este contacto era más evidente. Y como prueba de esta intención, en uno de los epitafios de las tumbas descubiertas se encontró una inscripción que decía: «Hola caminante que no me has ignorado, lee hasta el final, aquí yazgo».
El Ocaso de los romanos
Para entrar en el mundo de los muertos, había que solucionar el tema en vida, cosa que no todo el mundo conseguía. Así, los que no tenían suficientes recursos para asegurarse una tumba a la altura de su situación social, se apuntaban a las Collegia Funeratica, asociaciones que recibían una cuota en vida, y que se encargaban de dar sepultura a sus asociados y proporcionarles el rito y honores necesarios para poder llegar al más allá.
Los romanos, que se tomaban la muerte muy en serio, reglamentaron estrictamente todo lo referente a sus cementerios, las necrópolis. En casos de apropiaciones de espacios funerarios ajenos, la ley les castigaba duramente.
Ni siquiera la muerte iguala a los hombres
En época republicana, los romanos tendían a quemar o incinerar los cuerpos de los difuntos. Más adelante, sin embargo, con la aparición de las nuevas religiones del siglo I y II dC, esta tendencia comenzó a cambiar y en el siglo III dC ya predominaba la inhumación, especialmente entre las clases bajas.
En el caso de la necrópolis de la Plaza de la Villa de Madrid, se puede ver como el tipo de tumba tenía mucho que ver con el nivel social del difunto. En este caso, la mayoría pertenecían a gente modesta, de clase media o baja, incluso a esclavos o libertos. Y es que en época romana, la diferenciación social era tan grande que ni siquiera la muerte podía igualar los hombres.
La cupae es el tipo de tumba predominante. Cuando enterraban alguien en el suelo, lo ponían en una caja de madera, plomo o piedra. Lo cubrían de tierra y encima, ponían la cupae, una piedra alargada y con forma curva. Se pintaba de rojo o se decoraba con motivos vegetales y se reservaba un espacio para el epitafio.
También se hacían otros enterramientos más modestos, con túmulos hechos con tejas y ánforas. E incluso, en el caso de las personas más humildes, se hallaron cuerpos enterrados sin ningún tipo de protección.
Los muertos, mejor a cierta distancia
Las necrópolis romanas no podían estar dentro de la ciudad. Debían situarse al menos a 500 pasos fuera de la muralla, a lo largo de los caminos. Es por ello que había diferentes necrópolis en los alrededores de la antigua Barcino, aunque esta es la que se conserva mejor, seguramente porque los lodos que llevaba la Rambla cuando llovía protegieron su conservación.
En nuestra visita a la Barcino romana os explicaremos más sobre los rituales que rodeaban el momento de la muerte en el mundo romano.
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